Una casa enorme y carísima con jardín y pileta. Tres mucamas. Dos meses en Punta todos los
veranos. Viajes a Europa y a Estados Unidos.
Ropa nueva todos los meses. La mejor. La más cara. El último mp4, el último televisor lcd, uno en
cada habitación.
Los mejores colegios, el mejor country de fin de semana.
Los amigos, de las mejores familias. Una moto antes de los 16. El auto antes de los 18. Fiestas
todos los sábados.
Creí, por un momento, que eso era la felicidad. Y mientras tanto, la dejé escapar.
¿Por qué cuando tenemos la felicidad frente a los ojos, no sabemos verla? Siempre pensamos en lo
que nos estamos perdiendo, deseando cosas que no tenemos, y en realidad, todo lo que necesitamos
para ser felices está ahí, mordiéndonos la mano.
Creemos que la felicidad es algo difícil de alcanzar. A veces hasta nos convencemos de que nunca
vamos a ser felices.
Quise todo y tuve todo. Hasta descubrir que las ampollas de mis pies caminando junto a ella, bajo
un sol que partía la tierra, su olor a campo y su sonrisa, eran la felicidad para mí.
Recién ahora lo veo.
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